sábado, 25 de julio de 2015

Fondo difusor



Cuando te digo ven, sabes venir.
Como una cierva en celo, ofreces para mi placer tu rosa profunda y elevada:
tierna textura, delicioso nido,
húmedo resplandor, tibio latido que, entreabierto, me llama y me espera.
Porque quieres (y me quieres)
me has nombrado, sin decirlo,
dueño tuyo.
Me haces así
un varón dichoso sobre la tierra y el agua, aunque no sé nadar;
y tu más voluntario y pendiente servidor.
Cuando caigo rendido y me duermo a bocajarro, no es tanto por las jarras de sangría trasegadas como por el amor que reiteradas veces he sembrado en ti, a cualquier hora, a todas horas.
La mañana siguiente, el sol nos va dando, dulce confusión de sábanas, a través de las oblicuas ventanas, en la cómplice buhardilla de las maderas.
Y cuando nos preguntan los amigos si hemos pensado en el matrimonio, no podemos por menos que responder (yo, habitual irónico; tú, además, soltera invencible):
¿Matrimonio? ¿Esa decadente moda que sólo se le antoja a los mariquitas?

(Afirma el Hipocampo que tampoco hace tanto que estos apasionamientos sucedían. ¿Qué ha ocurrido luego?) 

1 comentario:

  1. ¿De verdad, te lo preguntas?.
    A lo mejor, teníamos que habernos sentado a recordar todas estas cosas maravillosas que hemos vivido, en vez de preocuparnos de los demás.

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