Recomendar la astucia como una virtud y ejercerla entre
sonrisitas sardónicas, con el más vulgar resabio de farolero de póker, para
parecer un “listo” más, un listo Mas.
No resulta mucho mérito para sillón que debería ser noble
y que contigo anda pringoso y deteriorado, como sometido a la intemperie del
puesto de venta ambulante más cutre del mercadillo. En un Banco, no te habrían
tolerado tantos manejos de falsario director de sucursal y puede que ya
estuvieses en el paro o en la trena.
Y barata, tu ironía de “sorprendido” por la insólita
velocidad del Constitucional. Te lo esperabas de sobra porque, si nunca es tan
rápido, tampoco son tan atrevidos e insolentes los provocadores.
¿La consulta? Va a ser la del psiquiatra.
En fin, dando por útil ese incomparable y galopante entramado
de mentiras, nuestros políticos al mando, desde la Transición, han ido
negociando sus interesadas componendas con tu cuadrilla y contigo. Unos y otros
le habéis llamado gobernabilidad a esa cesión gradual a los chantajes, a ese
intercambio de canalladas, lo que nos trae a esto: mucha gente engañada y
soliviantada en la calle, azuzada a la enemistad y la antipatía y tú, con el
dandy que te está empujando al filo del barranco. Tú, sacando patético y
desesperado pecho, mientras te ves encima del tablón sobre la borda del bajel,
listo (¿no lo eras tanto?) para caer al mar entre los tiburones porque, si
retrocedes, te ensartará el sable de ancha hoja curva, cuya afiladísima punta
ya te acaricia el trasero.
¡Qué bueno lo tuyo, “president”!