Desde que Risto comenzó a ganar notoriedad porque
despellejaba con sarcasmo inmisericorde (y, a veces, tan indebido como
arbitrario) a casi todos los concursantes de lo que fuera que caían bajo sus
gafas sombrías, sintetizadoras de camuflaje propio e intimidación ajena, con el
tiempo y la insistencia, nuestro héroe se ha labrado en televisión un programa
personal de entrevistas sobre un sofá, cuyo relieve, el del programa, parece
evidente.
Anoche, con su acostumbrada mezcla de fría mordacidad y
pedantería, se trabajó a dos figuras conocidas, una más que otra.
El político, director actual del PSOE, algo menos
siniestro que Alfredo y algo menos cauteloso que el remoto “presi” de la ceja,
pero así, esbelto y sonriente, nadando y guardando la ropa. Buenas y
sobadísimas palabras, teorías de quita y pon. Ya los conocéis.
El trovador Sabina fue otra cosa.
Comparto con el entrevistador su visible
incondicionalidad por la obra y el talento extraordinarios del de Úbeda, que
estuvo como suele, certero, ingenioso, coherente, desenvuelto y experimentado;
y con esa especie de tic con el que, risa breve, parece rematar y celebrar de
modo automático las propias ocurrencias en la conversación, detalle que
desorienta, o choca, un poco.
Risto enterneció algo su condición doble de inquisidor y
verdugo (que no anduvieron tan lejos en la Historia) y babeó levemente.
Los muebles se subastarán para causas, al parecer,
benéficosolidarias.
Un rato entretenido para una noche de distancia.
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