Este calor
que avanza y retrocede, que finge que iba a irse por esta temporada, o eso
queríamos voluntariosamente quienes no nos llevamos bien con él; este veranillo
del santo que sea, o del membrillo que toque, cuando toque…
Acodado en la
mesa, “plegablito 2.0” alante, acabo de ducharme y como si nada (me rectifica
la IA, sospechando de mi parte escasez de gramática, distracción negligente, no
sé qué que por su cuenta ha discurrido, y tengo que volver atrás y hacerle
tragar, por redicha y marisabidilla, que no está en todo lo que hay que estar,
y que si no escribo “adelante” sino lo que escribo, es por elección
iconoclasta, castiza, folclórica, lo que la maquinita obtusa y sapientísima no alcanzará
jamás a percibir como matiz, es lo que tienen nuestros rudos automatismos contemporáneos).
Que vale, que la humedad relativa del aire no colabora, ni tampoco el “pélinor”,
más largo ya de lo que sería cómodo.
Recurro a
guisa de alivio a la toalla que reposa en el cogote y pretende aminorar la sensación
de sauna, y la neurona salvaje de turno me retrotrae a Cartagena de Indias, a
las fechas que, acompañando a pintoresco cantor, anduvimos por allá, Carlos,
Tomás, Julio, aterrizados en creciente sugestión de desconcierto, entornos
desconocidos de empresarios hosteleros quizá teñidos de tapadera, haberes, que
también se les dice emolumentos, incluso honorarios, de dudoso cobro, aunque
todo, a la postre, se resolviera casi milagrosamente bien, hasta el último
dólar, para nuestra inesperada sorpresa. Entre los jardines frondosos de vegetación
exagerada propia de tales latitudes, solíamos salir al escenario con un aire
remoto de boxeadores, toalla al cuello, y un encandilamiento impreciso de
aventura y sirenas de piscina.
De ese
trópico, que siempre es alucinante para la mente del Viejo Mundo, era yo, a la
sazón, impertérrito mandarín de postales, y salió, a los años, la letra de “Rafa”,
que en el álbum de 1985 evocaba al trovador, semiextraterrestre y vagoroso de
rayas, que fuimos a acompañar.
Al menos, dos
de los músicos citados ya se fueron; con el otro, he perdido el contacto, a
pesar de que entonces me sugiriese las lecturas de Nietzsche, de lo que algo le
quedo a deber.
Ni consigo
creerme por completo las olas que han zarandeado estos huesos dolidos y, algo
por encima, sellados de confusión y eclecticismo.