Pueriles sin disculpa,
embobados hasta merecer la medalla de la ingenuidad aldeana, los medios de
comunicación (y en una avalancha, una golondrina, caso de haberla, no hace verano)
españoles suelen enloquecer reiterando de empachosa y exagerada manera los más
irrelevantes pormenores de las elecciones USA cada vez que las hay, y que indirectamente
nos afectarán, pero en las cuales apenas nos está reservado un remoto papel de
comparsas, dejémonos de vanidades y hojarascas, dejémonos de humo y circo de
segunda.
Así que se escuchan los más
prolijos y estériles, los más presuntuosos e indocumentados análisis; se emiten
ex-cátedra las opiniones y
pronósticos más voluntaristas, ignaros y, ya se ha visto, erráticos, mientras los
ciudadanos de EE.UU. deciden lo suyo, según criterios muy ajenos a la que se monta en “este país” (como
gustan decir los descoloridos y los truhanes), país que, como otros, fatalmente
tiene algo de colonia del imperio, incómoda tanto cuanto por ahora inevitable y
cierta condición que qué le vamos a hacer, o qué querés que te diga, che,
flaco, argentino modo.
Cuando tenemos sobre
nuestro tapete cartas que jugar y en las cuales estamos apostando, y
arriesgando, mucho, propio y urgente, parece una impresentable tontería tanta
fascinación fácil, barata, acomplejada; tanto ruido, para las poquísimas nueces
que, como meros convidados de piedra, nos corresponderían.
No estará mal que de vez en
cuando nos apliquemos a la ponderación, poniéndonos a lo más verdaderamente
nuestro, y dejando de paso de hacer tanto el indio sin necesidad, con tanta
protesta cuando no nos encajan esos resultados que dejan claro el derecho
rabiosamente idéntico allí del “señor con camisa a cuadros que saca el
tractor”, el rapero del Bronx, bárbaramente cargado de cadenas brillantes, el
actorcito petulante adicto a la pancarta, el díscolo “gay”, los tres últimos
supuestamente no se sabe qué de qué más que quién, que está el patio muy
demasiadamente espesito ya. Y con sus mayorías soberanas, los gringos eligen,
trayéndoles naturalmente al pairo nuestro eventual desacuerdo.
Lo cual que a Trump lo
podemos poner a caer de un burro en todos nuestros ateneos y “ágoras
culturales” pero a su tupé le importa un comino tanta progresía y talante (¿s´acordais?) de gallinero.