No es el único, mas se diría que es de los favoritos.
Lamentable y cíclico como un herpes, en estas fechas
revolvemos de nuevo el avispero de las banderas. Que tiene un incómodo sello
español, tanto que hasta los que reniegan de ser españoles son los más adictos
a fomentar y azuzar todo ese asunto, afición que ya los va definiendo de
españolísimos sin arreglo posible.
Porque es difícil,
criaturas, ocultar la verdad en estos tiempos inundados de videocámaras, de
teléfonos móviles y de toda suerte de artilugios con los que podemos filmar,
fotografiar, fijar las movidas públicas donde las banderas ondean y, aunque sea
a solas, tendremos que confesarnos las que hay, en qué proporciones, con cuáles
orígenes, propósitos, intenciones, etc., al margen de lo que machaconamente y
con contumacia de herejes proclame cada uno en tertulias, debates y jaleos
diversos.
Que unos individuos andan a cuestas con símbolos
fascistas.
El fascismo es una ideología, una forma de gobierno, una
actitud. Nada ejemplar, probablemente. Lo impropio también es que se arranquen
a gritar en contra los que ejercen las teorías y/o la práctica del comunismo
/socialismo, cuya mochila histórica está, a su vez, repleta de barbarie y de
salvajadas, al punto que parece que Stalin dejó pequeño a Hitler, por no hacer
larga la lista de ejemplos. Entre esos extremos modales, puede que una de las
diferencias sea el presunto barniz aristócrata del señorito facha, cosa que jamás
le va a perdonar el rojo radical, barnizado de presunto populismo verbenero. ¿Rencorosa
“lucha de clases”?
Así que bandera por bandera, ambas añoradas por
nostálgicos bastante ignorantones, ni la del dictador nos sirve, ni la de la
fracasada república tampoco, ni nos sirven a estas alturas sus respectivas
teorías y, peor aún, gran parte de sus resultados prácticos.
Tampoco parecen más legítimas las banderas separatistas
que simbolizan tendencias de fractura y enfrentamiento, cerrazón insolidaria y
engaños a granel.
Y mientras, los hay que se andan escondiendo de la
bandera nacional vigente, con la que nos comprometimos, ojo, cuando aquel
borrón y cuenta nueva (pero era mentira, ¿no?) de la transición; los hay que no
la quieren suya, que la dosifican con cuentagotas y a regañadientes, estilo que
evidencia su, de ellos, nobleza y bonhomía.
Me extrañaría que un remolino así se produjese en otro
país y desde luego con la virulencia y la frecuencia con que aquí se padece. En
Francia o Portugal, que están al lado, como quien dice, no se dan estos
enconados disparates.
Pero esto es el Ruedo Ibérico, oyes, y me acuerdo mucho
de ese cuadro del españolísimo Goya, en el que dos paisanos, semienterrados y a
corta distancia uno del otro, se van a despachar a gusto con sus respectivos
garrotes.
Y siento una mezcla de rabia, tristeza y desesperanza.