El ministro de turno, Vert o Wert, que lo he visto, al
apellido me refiero, escrito de ambos modos, intenta recuperar, para el sentido
común, la eficacia y los resultados decentes, una parte (todavía pequeña si se
tiene en cuenta hasta dónde se ha dejado descarrilar la cuestión) del orden y
la coherencia en la educación de las mesnadas estudiantiles.
Así que plantea cosas como cierta unificación de las
materias/asignaturas, unas reválidas que mejor aseguren y verifiquen que la
gente estudia, porque deberán aprobarlas para seguir adelante, y algún
enderezamiento, una solamente suave corrección de los abusos que se han cometido
en las regiones con lenguas peculiares, a costa y en contra del idioma español
que nos corresponde y beneficia a todos, incluso a los más asilvestrados, a los
desagradecidos y a las bestias pardas.
También ha discurrido y recomendado la conveniencia de no
pasar al curso siguiente cargados de suspensos, no beneficiar con becas a los
perezosos y parásitos y no fomentar que el personal que no sirve para los
estudios se emperre en ello, jaleado y azuzado por políticos e instituciones
“igualadores” a la baja.
No pretende el señor Vert (dejémoslo así) nada imposible
ni extraordinario. No osa exigir que se deban conocer cosas del otro mundo, ni
siquiera detalles corrientes como que la palabra árabe shay, que significa cosa, se escribía xay en las obras científicas españolas, y que luego fue
progresivamente reemplazada por su primera letra, x, convirtiéndose por fin
en el símbolo universal de la incógnita, por ejemplo en las ecuaciones que se
estudian en álgebra y otros supuestos. Nuestro señor Wert (o lo dejamos así) es
más moderado en sus aspiraciones.
Pero de inmediato, los tramposos de siempre han estallado
en gritos y reproches, simulando el papel de defensores de pruritos (que son
falsos) de libertad, pluralidad y las clásicas zarandajas demagogas con las que
pretenden ocultar la perversión con la que han lavado el cerebro a centenares de
miles de educandos, entregados en sus manos a sucios adoctrinamientos, a
tóxicas ideologías disgregadoras, muy útiles para aquello de “divide y
vencerás”, pero nefastas para la convivencia civilizada y el buen progreso de
nuestra sociedad, de nuestra España, que no se merece todo este puteo ni de
lejos, malditos cabrones.
La mayoría del estudiantado, que lleva generaciones
dejándose instalar en el cómodo remoloneo legalizado, aunque estéril y de grave
decadencia, secundará la algarabía de esos díscolos y agitadores políticos, sin la más mínima vergüenza ante
el bochornoso puesto que ocupamos en las listas internacionales de resultados
académicos o así. Y es que a nadie debe extrañar que las ovejas salgan torcidas
si dependen del infame interés de semejantes pastores.
Creo que habría de hacer mención como responsables subsidiarios del mal estado de la educación en España a los padres ("y madres" habría de decir, si fuese políticamente correcto, que se han preocupado más de que sus hijos hagan actividades extra-escolares,que de que recibiesen una buena cultura general -como se llamaba en mis tiempos-, es decir, matemáticas, historia -todos la misma, no dependiendo de la comunidad autónoma de residencia-, lengua, literatura, geografía, latín...
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