Acaso no
encontrara colores de suficiente contundencia para pintarnos lo que
contemplamos en estos menguados días.
Y eso que,
entre sus variadas habilidades, ya demostró en ciertos lienzos suyos cómo se
retrata lo macabro, lo grotesco, lo infame, lo tenebroso, lo bárbaro y lo
salvaje que, con tan desgraciada frecuencia, incluye el comportamiento de unos
y otros, de unas y otras.
Hay
corrupciones y corrupciones. Ya nos han ido llegando, y llevando al desengaño y
la decepción, al escepticismo y la desconfianza, con lo que terminan quizá
pagando justos (los pocos que aritméticamente cabe conceder) por pecadores,
ralea abundantísima y que nunca se rinde. Pero me da que una de las peores, por
lo menos señalada, porque la rutina del lenguaje la menciona algo menos, es la
que implica el perverso y casi irremediable daño que inoculan los malos
ejemplos, de cuya toxicidad, de cuyo contagio milagro es que alguien se salve.
Los asuntos
que, con bochorno de las conciencias mínimamente decentes, están sucediendo -los
todavía sin publicar y los que ya asomaron la oreja-, nos vapulean el residuo de
flotabilidad que intentábamos pelearle al naufragio. Evidencia y mierda se han
vuelto sinónimos, y parece que nadie se va librando de sus salpicaduras.
¿Tendrán
redención posible esta basura de las conductas, este presente, para más inri,
cutre, ordinario, estas canalladas en las que el más casposo morbo y el
cotilleo hozan con fruición tanta?