El nombre procede del mandato testamentario que un lejano
tatarabuelo suyo (activo revolucionario en la Francia que decapitó a María
Antonieta) dejó instituido para que sus descendientes fueran “bautizados” con
esa palabra que, como un símbolo, habría de declarar y perpetuar su afición por
la literatura.
Que esta disposición se llevara a efecto, lo garantiza el
codicilo que une de forma indisoluble su obediencia y la herencia de unos
bienes que, confiscados a la nobleza en mitad del tumulto, habrían sido
administrados y fomentados con eficaz sentido financiero a lo largo del tiempo.
Hemistiquio, pues, ya desde su nombre es hombre peculiar,
que además se ha revelado estudioso de la botánica y filántropo y, a pesar de
haber publicado dos ensayos antropológicos que han suscitado ácidas
controversias, pasa por ser ciudadano ejemplar y pilar de su comunidad.
Sostiene, a través de su laboriosa y dispersa obra
literaria, la teoría de que los terrícolas más o menos contemporáneos proceden
de dos líneas genéticas/zoológicas fundamentales: una, la que los vincula al
simio, que habría dado el porcentaje de población que come con deleite frutas y
verduras.
Hemistiquio, con marcados estupor e incomprensión,
abomina de esta variedad de la especie que con lujo insostenible llamamos
humana. Y se reclama (evolución, aunque dudosa, por medio) descendiente de
lobos, tigres y otros acreditados carnívoros, proporcionando con ello base
teórica para la segunda de las líneas propuestas.
Interpelado en el Paraninfo de una prestigiosa
universidad húngara, durante un reciente ciclo de conferencias, se vio colocado
en incómoda y embarazosa situación, al no poder aportar una hipótesis plausible
que explicase de manera diáfana su afición por las bebidas alcohólicas, que
intentó vanamente justificar ante la melindrosa asistencia como un aprendizaje
o hábito adquirido en una de las dos abducciones de que ha sido objeto por
parte de los extraterrestres.