Sabe que, en la familia, nadie le regateará el mérito de
su veteranía, aunque sea relativa y cautelosa, aunque su existencia haya
discurrido sin esfuerzos y por los dulces cauces más propios de una vida de
condesita.
También asumimos con gozo su fina estirpe, su
aristocrática estructura, por más que haya evidenciado cierta fragilidad o
delicadeza en algún reciente comportamiento. Y es que, últimamente, anda algo
aquejado de difusas dolencias, al punto de que hoy estuve escuchándole con
atención los latidos, el ritmo respiratorio, incluso los profundos rumores
escatológicos de los más íntimos bajantes, y sólo al llegar al barrio accedí a
ponerle la música (“De funeral”, concretamente) que con insistencia me iba
pidiendo desde Carrefour.
Como advertimos su calidad, por menoscabada que de manera
transitoria se encuentre, y adoramos su línea que aúna elegancia y valentía,
con un punto de suave burla y mucho cariño lo llamamos
El cochecito de los recados.
Él aparenta estar muy por encima de estos veleidosos comentarios,
aunque lo tenemos calado y nos consta que es un romántico incurable.
Como todo se pega…
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