Los vecinos de la localidad, personas de carácter
sencillo, aunque algo cazurras y correveidiles, no han dejado de comentar, con
interesada desconfianza y entre insomnes recelos, la celeridad con la que el
concejal de turno ha otorgado la licencia de obras correspondiente.
Y así, comoquiera que la investigación del caso de la
portuguesa muerta está paralizada, diluida en infructuosas pesquisas, con visos
de estancamiento sin remisión y archívese, ha dado comienzo la demolición del
inmueble en el que tuvieron lugar los no aclarados y luctuosos sucesos de los
que hemos dado cuenta aquí, bien es verdad que de manera fragmentaria y en
ocasiones confusa y proclive a las más fantásticas arbitrariedades y deletéreas
divagaciones.
Dado el creciente runrún (cómo molan las onomatopeyas),
se ha formado una comisión espontánea de próceres locales que, bajo el título
de Maizena Files, sugerido por un activo participante de origen gibraltareño,
indaga los detalles pertinentes de todo el asunto. (Por cierto que la moción de
un indígena=nativo del país, que precisó con correcto y autóctono criterio la
conveniencia de que la comisión se llamara Los Expedientes Maizena, fue
desestimada con un gesto de inaceptable aunque victorioso esnobismo filobritánico.)
Y así, se rumorea que la constructora que realiza el
“proyeto”, al decir de su más visible capataz, oriundo de Cambados o quizá de
Iria Flavia, está financiada por inversores internacionales rusos, gestores de altas
operaciones que hunden sus más recónditas raíces en la inconcebible e
inagotable fortuna de una importantísima y noble familia de Dubai, cuyo más
relevante miembro, de resultas del sueño inverosímil de la favorita de su
harén, ha ordenado que se alcen, en el solar que ahora quedará disponible, una
zona de aparcamientos en estructura espiral ascendente, y luego descendente,
claro es, y una piscina adjunta que deberá obligadamente ser revestida de
gresite y disponer de iluminación subacuática que resalte el hermoso verde
aguamarina de su contenido, del agua, vaya.
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