Pues desconozco, Mario, las razones
que dan su fundamento a tu desvío,
aquí aventuro ciertas conclusiones
y conjeturas sobre vuestro lío.
Dejaba entre vosotros el “flechazo”
atónitos a los espectadores:
¿Las Letras daban un espaldarazo
a un ídolo cerámico en colores?
Tan luego fue evidente
esa pregunta siempre recurrente,
“¿qué
sabe nadie?”, cuando verso y
prosa,
aun diferentes, son la misma cosa.
Así que como un río rumoroso
discurrió el tiempo y como tal pareja
os vimos en un limbo luminoso,
elegante, glorioso,
inmaculado y exento de quejas.
¿Y ahora los días de vino y de rosas
son un terrazo de porcelanosa?
¿Quería devorarte esa cabeza
-laureada de Nobel- con fiereza
de tijereta o mantis religiosa?
Conque, Mario, ya no sé qué te diga;
pero seguro que para escribir,
saliente como sales de esa intriga,
habrá un papel mejor que el pergamino
de la piel de ese punto filipino.