Ya
sé que no es Dunkerque este punto casual de observación, ni esta mar de color
plomo la que sirvió de escenario a la ocasión que volvió célebre esa localidad,
ahora legendaria. Otros heroísmos ha habido por aquí.
Daltonismo
o hipermetropía, mejor vista me queda “pa’l lejos” que la que ya tengo que apoyar
con gafas para leer, escribir, etc. Y así, en el arco anchísimo de esta playa
alcanzo a contar no más de siete, ocho almas (¿será que todos las tenemos?)
incluyendo el iluso surfista que a la memoria me trae aquellos Beach Boys de
impecables y conjuntados arreglos corales.
Y
hoy, ¿qué podría ser? ¿Bucanero de ron añejo, si veo el cañón herrumbroso y
encadenado por el paseo marítimo? Por el chaquetón que visto, ¿piloto de
bombardero en combate? Y ya sin anclaje que tolere la caprichosa, excéntrica
ficción, ¿Yuki, el temerario, caudillo piel roja de su aventurera tribu?
Sobre
mí, a la espalda, el faldón de los toldos establece que este que casi es mi
caladero “de cabecera” -como antes llamaban a los médicos- es FUNDADO DESDE
1965.
Esa afirmación abre al menos dos posibilidades: un mero error al elegir la preposición; un largo proceso en el cual lo que fuera inicialmente modesto chiringuito sigue fundándose en laboriosa maduración continuada, que hace años accedió a restaurante formal y cuyo destino futuro acaso desemboque en lugar de llegada de alienígenas, tanto descendidos del cielo en naves interplanetarias como surgidos de esas misteriosas bases submarinas que la fantasía y otras especulaciones dan por verdaderas.
-¿Tú estás bien?
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