Cuando ya había rebasado el "borde de los 40 años" en dos o tres, y fue comprobando que la mera longitud de su brazo no era suficiente para facilitar las frecuentes lecturas, por mor del astigmatismo, común a casi todos los humanos, y de la presbicia, que a unos atañe y alcanza más que a otros, adquirió unas gafas de cerca.
Sucumbió, claro es, a un prurito de estética, que no faltará quien califique de coquetería, y eligió un modelo de esos que ya entonces se fabricaban sin montura, lo mínimo de estorbo en el adminículo: apenas unos imprescindibles puntos de sujeción en unos seudo vidrios de carbono, creo, y las convenientes varillas/patillas sobre las orejas. También es verdad que aquel añadido, prótesis al fin, lo parecería menos y facilitaría el proceso, tan inédito hasta ese momento, de adaptación al uso. (Por descontado, su extremo recelo respecto de toda clase de médicos y su insuperable y cautelosa prudencia, su convicción antípoda en relación con cualquier tipo de cirugía, le han vetado siempre de modo juicioso cualquier suerte de experimento personal con los alternativos métodos de láser, etc. que tanto han proliferado y que con entusiasmo de conversos predican los especialistas de la cosa.)
No viene al caso la mención de la extrema fragilidad de tal diseño, y del coste en reparaciones que su delicada condición requirió, sobre el precio inicial, nada modoso de suyo.
Escarmentado por la experiencia, derivó a otras gafas, todavía sutiles y de aceptable elegancia, pero más acordes con el creciente uso y sus vicisitudes.
De cerca. Con los años, viene observando que la dependencia se ha vuelto casi permanente. Y advierte ya que, en ocasiones, se ha distraído y se las ha dejado puestas, a las gafas me refiero, para otros menesteres, para un "nada de cerca" que tendrá, por mucho que lo demore, otra consecuencia, otra conclusión, otra determinación que tomar.
El Hipocampo se desentiende. Y está a punto de preguntar:
-- ¿Qué esperabas? Son cosas de la edad.