Alrededor de unos vinos y una fuente deslumbrante de ese
pescado frito cuya maravilla florece por el Sur, nos juntamos el martes último
tres escorpiones conversadores y, cerca de Tarifa, tuvimos una tertulia
improvisada de cuatro o cinco horas en la que, faltaría más, volvimos a no
arreglar el mundo.
Hablando sobre todo de arte, salió, entre muchos, tu
nombre y se dispararon, como es de entusiasta rigor, la admiración y los
elogios, ajenos al final que te rondaba, ya muy de cerca.
Nadie en todo el día de ayer me pasó la noticia (hay
naufragios, fútbol, crisis en Ucrania, la prima de riesgo a 157, y la Junta de
Andalucía, donde fingen que ya se quieren de tan dulce manera como una melosa
de chocolate en un balcón frente a la Alhambra, los hoteles al noventa o al que
sea por ciento de ocupación, etc., etc.). La supe a la noche, de refilón.
De entre las neuronas que me quedan, la primera reacción
es el recuerdo de la muerte de Borges, mágico inescrutable en sus laboriosas y
altas geometrías y, años después, la de mi venerado Fernando Quiñones,
seguramente el mejor gaditano. El recuerdo de mi, entonces, sensación de
orfandad.
Posiblemente la edad y los sucesos nos embotan. Me
disgusta que mi sentimiento, hoy, sea de una culpable (por menor) intensidad.
La sombra de tu muerte ya se extiende con velocidad y
anchura y firmas ilustres y sabias, infinitamente mejores que la mía, ya te
someten las fanfarrias, el oro, el incienso y la mirra.
Buen viaje, Maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario