Entrecerrar los ojos (no creo que Fujita le hubiese hecho
un retrato) acentuando la cólera, acularse en tablas para lanzar derrotes
peligrosísimos, proferir palabras broncas y amenazas clarísimas, en la mejor
tradición de la Cosa Nostra…
La escena de ayer era impresionante, virulenta. Por la
dimensión de la desfachatez, por la colosal envergadura de ese fenómeno de la
corrupción que deja en el estómago una sensación de náusea, una honda desazón
de “esto no se va a arreglar nunca”.
Y lo gordo del asunto estaba en el meollo de su
ferocidad, de su destempladísima riña: que no miente cuando señala que la red
de los “pringaos” es grandísima.
Cuando deja en evidencia que, de los representantes, hay que joderse, del pueblo (esquilmado, engañado),
casi ninguno puede darse el lujo, sin cinismos, de tirar la primera piedra.
¡Cuánta porquería, paisanos!
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