lunes, 13 de julio de 2015

Mario Vargas Llosa



Tal parece que ya te fascinaba
de antaño su distante compostura
y ese “glamour” que tanto demostraba
incluso con sus cambios de estructura,
con el perfil de talla fluctuante,
mil veces sometido al bisturí;
la traslúcida piel, algo tirante
y la sonrisa siempre y porque sí.

También debió enfilarte desde lejos
el ondulante instinto de esa cobra:
según su maniobra,
eres trofeo aún apetitoso,
toisón de lujo aunque un poco viejo;
galán, aunque vetusto, primoroso.

Nadie duda el talento,
la gloria y los laureles que tus sienes
ciñen junto al cabello plateado.
Y acaso otro argumento
a su lado, provocará que suene
tu diestro clavecín bien temperado,
una vez más al viento:
el prodigio, el portento
del caudal literario de tu pluma.
Y, en su oriental y discutible encanto,
seguro que algo viste que, entretanto,
te halaga y te perfuma.


Date el capricho y
si ese fuera tu gusto,
enrédate en su hiedra.
Que nadie quede libre de pecado
para tirarte la primera piedra.

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