Tanto ruido de noticias hay, que
perdemos algunas, que nos llegan con semanas de retraso.
Si existieron los pulsos de hermosura,
no perdió ninguno. Y ahora la seductora, la divina Laura de “Divina criatura”,
después de años de trágico deterioro, de tenebrosa y dolorosa decadencia, ha
llegado al final.
Que, en la guerra a muerte con la
muerte, seamos todos y siempre los vencidos, por más que lo sepamos, no impide
que nos quede, de cualquier modo, un resto de irritada, de rabiosa impotencia.
Un resto inútil. Una suerte de frenesí
inverso y extraordinariamente molesto, no sé si me explico. Porque se nos
decide esta existencia, de condena incluida, sin darnos siquiera la elección.
Metidos en esa harina represora, casi da
el doble de coraje que solamente tengamos, como deleitosa anestesia, el recuerdo
y las imágenes de una suntuosa e inquietante belleza como fue la de Antonelli.
La copiosa legión de los resignados
suelen tirar del colofón descanse en paz.
No sé de qué sirve a nadie; me suena vacío, casi la jodida burla estúpida de
una no asumida desesperación.
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