Cuando los ortodoxos, esos fariseos,
reprueban mi conducta y pretenden fustigarme con sus anatemas, porque me doy
caprichosamente, o sea, con independencia, a mezclas “herejes” (como, por
ejemplo, bourbon whiskey de 12 años
con limón y burbujas, para bautizar el ibérico de veta contundente), yo
permanezco impasible y continúo acatando SÓLO la inspiración subjetivísima del
instante, esa gozosa tiranía, el antojo a toda prueba, la imaginativa amalgama
que la vanguardia de un paladar intrépido puede llegar a sugerir.
Curiosamente, alguno de estos críticos cítricos*, son redomados
mariquitas y, a la par, devotos del cerdo agridulce que sospechosamente les
sirven en restaurantes orientales, entre sonrisas de ladina y esquinada
cortesía que no determinan si la metamorfosis ocurre antes o después de los
sigilosos y no verificados sepelios.
Cuando estas confrontaciones, estos
desacuerdos tienen lugar, se activa mi neurona de Sagunto, Numancia, etc. Y tan
campantes.
*(Esta intencionada y sagaz pirueta
fonética la traigo otra vez de un bello aunque breve libro de Héctor Acebo, a
quien me propongo visitar algún día en sus dorados y bucólicos predios. Que en
ello Alá me asista.)
Es para mí un honor volver a aparecer en "Reflexiones del Hipocampo". Gracias, maestro Rodrigo. Aquí te espero, en mis "dorados y bucólicos predios".
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