Ni aun los más avezados videntes, con sus inveteradas
mañas milenarias, con sus indemostrables magisterios y sus privilegiadas dotes
de supuesta precognición, habrían podido calcular, en aquellos lejanos años de
tu juventud y lozanía (cuando nos asombrabas con la voz y más aún con la
inverosímil melena bíblica), las descomunales proporciones que alcanzaría el
tornado de tu vida.
Hay teorías. Que uno se busca los resultados, los
acontecimientos que marcan cada paso del camino, cada tiempo y cada
consecuencia; que nuestras acciones, omisiones y decisiones nos van a pasar
factura o a premiar y que ésa es la responsabilidad de la persona. O bien que
el Destino (“… el Destino, Paris, el
Destino”), en ocasiones fatal, por eso lo del fatalismo, ya nos lo tiene
todo bastante preparado y que no importa cómo nos pongamos, que de todas formas
nos dará el viento.
Ahí está el problema debatido por teólogos, metafísicos,
filósofos, etc.: si Dios lo sabe TODO, quiere decirse que también de antemano y
para siempre, ¿qué farol es ése, del libre albedrío? Y entonces, ¿qué hacemos
con las leyes, las normas, el andamio y las estructuras todas? Pero prosigamos.
¿Lo tuyo, ríos de tinta? No es suficiente: un maremoto
(que los modernitos ahora entienden y conocen como “tsunami”, panda de cursis y
postizos) de aquella china Pelikan que usábamos para el dibujo lineal en el
colegio.
¿Lo tuyo, una vida con luces y sombras, con altibajos? Qué
va: el tobogán del fin del mundo, una cosmogonía; no ya un campo sino un
planeta entero de minas, el carro de Elías, la guerra de las galaxias, las
Pirámides, la Gran Muralla y Niágara “falls”, que quién sabe cómo se dirá en
catalán…
La legión de tus detractores, incansables, encarnizados,
y la de tus hagiógrafos, fascinados y ternes, andan en el pulso infinito de
viviseccionar tu existencia, tu devenir telúrico, merecedor de uno de esos
caudalosos relatos del realismo mágico hispanoamericano.
¿Cómo se ha llegado hasta tal punto? Debe ser España,
también en esto excesiva.
Algunos nos hacemos cruces, porque parece que es demasiado
incienso para el mismo ídolo y son demasiados rayos en el mismo árbol, por
frondoso, enhiesto e impenetrable que sea.
Qué vorágine, paisana. Qué estruendo.
Y qué colosal lista de otros muy mayores enredos,
indultados, amnistiados, condonados, prescritos… Aunque lo cortés no quite lo
valiente, que sí, que vale.
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