de este año en curso, despertó variados comentarios entre
los destinatarios y/o curiosos. Ayer, durante una revisión casual, me encontré
uno, de fecha 29 del mismo octubre, al que quiero responder, tal parece su
interés y cortesía.
Sabedores de que algunas canciones calan en los oyentes y
llegan a ser para ellos reliquias queridas, asociación y memoria de épocas,
situaciones, anécdotas vividas y de episodios amorosos casi siempre de juventud…
Los autores ponemos nuestra obra en manos del público que
quiera sentirla “suya” y lo concedemos como metáfora, sólo a efectos de
complacencia compartida y agradecimiento por la acogida dispensada. En ningún
supuesto emanciparíamos ni repudiaríamos esa obra, ni admitimos que algún colega
“espabilao” pretenda prohijarla, darla a entender como propia, o escamotear su
verdadero y legítimo origen, silenciándolo, desviándolo o de cualquier otra
rastrera forma.
Un edificio es obra de un arquitecto, no de una parte de
los eventuales constructores que trabajan bajo su dirección.
Yo escribo canciones de manera espontánea, casi visceral,
muy independiente. Sólo después, me
planteo quién podría cantarlas, dentro o fuera de un grupo.
Si “Señora Azul” (que el comunicante trae a colación y
que yo en su día voluntariamente ofrecí en el álbum para su interpretación a
Guzmán, voz preclara, y que Cánovas sugirió con acierto escalonar con la suya,
bronca y viril: atento, don Javier, estas precisiones las hago y publico porque
quiero y porque no soy amigo de regateos ni siquiera mínimos), repito, si “Señora
Azul” hubiera sido cantada por otro u otros, ¿qué repercusión habría tenido?,
se pregunta el estudioso.
Pues puede que, al menos, tan favorable; si tomamos como
(otro, y no el único) ejemplo “Sólo pienso en ti”, donde por cierto se puede
discernir, sancernir, con
inteligencia y buen ánimo, lo que la puesta en escena de una canción tiene de fundamental
y necesario y lo que tiene de prescindible o de posible sustitución.
Existen la Propiedad Intelectual y el Derecho de Autor,
que es una inalienable ley y la honrosa orla de un respeto que todos deberíamos ejercer siempre, activamente,
expresamente y sin cicaterías; y que, con frecuencia, es mejor estímulo por
su reconocimiento que por sus variables y aleatorios rendimientos materiales.
Y el autor sigue en su trabajo, consecuente con ser el
instrumento con el que las Musas endulzan, motivan, entretienen la vida de las
gentes.
Las líneas de hoy pueden encarnar un manifiesto; ser
también un comentario pedagógico.
Vuelva a leer, don Javier, el texto citado arriba, del 14
de octubre (todo lo que dice y sólo lo que dice) y del mismo modo el presente;
y quizá los entienda mejor. Gracias.
Por mi parte, dejemos descansar a la Señora Azul: no es
tan trascendente.
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