Como un admirable animal mitológico o como un ser
orgánico que fuera extendiendo sus miembros, moviendo sus tentáculos de Kraken
máximo, el edificio del Colegio ha ido creciendo desde dentro, ampliándose,
proliferando hasta convertirse en un copioso laberinto de pasillos y
corredores, rampas y escaleras que, hacia arriba y hacia abajo, conducen a
patios, desembocan en aulas, laboratorios, bibliotecas, salones de diversas
aplicaciones docentes…
Así que Ud. se acuerda de Borges, o de la masonería, o
del Minotauro, a poco que suelte la fantasía.
Anoche, una docena de alumnos veteranos (alguna barba
blanca de apóstol de la escudería del Greco o Zurbarán, algún mostacho de
mosquetero de la Compañía de Trèville) recordábamos en el Colegio durante
varias horas un montón de señales hondas, de detalles, de nombres de los
profesores de cuando entonces, que eran gente ilustrada, sabia, cabal y que nos
hicieron para siempre sus agradecidos deudores. Desde la dirección que
compartían hace más de medio siglo los hermanos Rey Guerrero, San Francisco de
Paula, como siempre en su larga historia, sigue elaborando sus extraordinarias
enseñanzas, su alto ejemplo, en la misma calle de la monja antes sor y luego
santa. Ahora, después de otro Don Luis Rey imposible de mejorar, el hijo
homónimo es el joven e inteligente conductor de este poderoso, incluso
misterioso, y siempre luminoso por lo sevillano, Nautilus incomparable.
Para mí, los tres Luises y el José son un privilegio que
me gustará merecer de por vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario