Seguramente por la lluvia abundante de anoche, habrá
encontrado el ambiente propicio. Y ahí va, describiendo un errático rumbo,
tanteando con variados titubeos, con un propósito que no entenderíamos.
Dándoselas de sierpe invencible que repta sobre las baldosas de gres, en el
jardín.
La lombriz de tierra (de tierra y de agua, cualquiera
sabe) no imagina que la observo, mientras espero al Cabo, que hoy tenemos
“programa de penitencia”.
No es sólo una cuestión de tamaño, que dicen que siempre
importa: es la magia inefable de la milagrosa estructura del mundo.
¿Nos observa a nosotros Alguien que tampoco imaginamos? Nuestros
caminos dudosos, nuestras incomprensibles repeticiones, la escala aleatoria de
aciertos y errores, el dificilísimo zorcico que en ocasiones nos pilla
desprevenidos. Por espacio y por tiempo, que no quede.
El Cabo está al llegar. Eclécticos entre las industrias
del automóvil alemana y francesa respectivamente, nuestra opción, de seguro,
será pescado frito; y un blanco frío, puede que de Sanlúcar o del Puerto. Hoy,
además, la austeridad y el sobrio régimen quedan abolidos: con la suerte de los
laicos, o el Dios mediante de los creyentes, llegaremos a la rúbrica gloriosa
del tocinito de cielo.
Y con la venia de Vuesas Mercedes. Procedamos.
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