Con el cerebro previsiblemente relleno de basura, unos
niñatos vociferaban a mi puerta ayer tarde, con la monserga del truco o trato,
esa estúpida gamberrada de imitación y de importación que debe hacerlos sentir
muy globalizados, ocurrentes y a la moda, aunque sean meramente unos mierdosos.
Porque, al no acceder a su intento de extorsión
“amateur”, el más energúmeno me espetó: ¡Que te follen! Y, tras más aporreos de
puerta, se largaron.
Me mantuve atento; y al cuarto de hora los sentí merodear
de nuevo. Salí, encendiendo la luz del jardín y se fueron pitando, sospecho que
desistiendo por el momento de perpetrar su “represalia” de miserables y
precoces hijos de puta. (No hablo de oídas: hace pocos años, en fecha análoga,
unos bestias me hicieron estallar el buzón de las cartas con un petardo. Como
los que, anoche ya, iban quemando por la calle.)
Vivimos tiempos desgraciados, infectados de gentuza, con
lo cual andamos escasos de paciencia y sin obligación ni ganas de asumir la
tontería esa de que son “cosas de chavales”. No veo disculpa para estas
“gracietas” ni la diversión tiene por qué ser rufianesca.
Y se quejan los jóvenes de que les dejaremos un mundo
hecho un asco. Los de ayer, ¿se van mereciendo algo mejor?
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