qué sentías, a medida que, incluso siendo tu segunda
edición modificada por el tiempo (por el modestísimo tiempo que duran las vidas
humanas), me iba haciendo distinto y usaba la melena, la barba, la guitarra
eléctrica, otras bebidas; otras opiniones sociopolíticas, con frecuencia
ignorantes y siempre faltas de experiencia, que te irritaban?
Y aun así, con esa alta probabilidad de suspenso en mi
examen que debiste vislumbrar, con ese desacuerdo, con esa comprobación de que
me hice músico y no ingeniero industrial como te habría gustado…
creo que me quisiste, a tu modo sobrio y poco expresivo
(eran otros tiempos) pero entregado, constante, firme y sin desmayos, supongo
que preocupado a veces y sin comprenderme.
Cada año, me conseguías un almanaque (del banco, del
taller, de donde fuera) para que yo pudiese saber en qué día vivía; y una cosa
así, tan simple, papá, me llegaba siempre como algo mucho más especial. ¿Porque
venía de ti? ¿Porque en tantas cosas nos parecíamos y yo sigo siendo, y con insuperable
orgullo, tu segunda edición, aunque en versión de músico, excesivo e
imprudente?
Junto al reloj de pared de marco hexagonal que mamá me
regaló para la cocina, tengo ahora un calendario de la editorial del amigo
Antonio.
Esto es echar de menos.
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