Con el pomposo estiramiento del payaso augusto de los
circos, los interesados (el político, el funcionario con la soldadura autógena
a su nómina, el beneficiario con cierta suerte) alaban interminablemente las
virtudes atribuidas a nuestro sistema público sanitario, con todas sus
estructuras y parafernalias.
No digo que los resultados del tal sean pésimos:
probablemente son aceptables y conocemos anécdotas de variada condición. Pero
de ahí al gigantesco y presuntuoso cacareo que escuchamos a menudo hay un
trecho muy largo y muy hondo.
Una insignificante, ínfima y meramente administrativa si
queréis, muestra muy reciente: como almas en pena, pacientes deambulan
desorientados por anchurosos y dilatados pasillos, a merced de “maquinitas
inteligentes” que en teoría les gestionarán o así citas médicas y otras
lindezas (con tal de que Ud. se maneje bien con las nuevas tecnologías), porque
en Puerta de Hierro, desde cierta hora de la tarde, permanecen desiertas amplias
cabinas acristaladas, que solían contener algún empleado “ad hoc” de carne y
hueso, y ahora ostentan solitarias el rotundo rótulo RECEPCIÓN. Y eso lo
averigua Ud. de carambola porque nadie coloca una miserable hoja de papel,
sujeta con cinta adhesiva por ejemplo, que desmienta ese soberbio y absoluto
RECEPCIÓN.
No me sirve ningún clamor que haga referencia a los
recortes, a los horarios o a las zarandajas que fueren. Si un ciudadano se
infla a pagar todo aquello a lo que le han obligado durante toda su vida
laboral, debe recibir a cambio el cabal cumplimiento de lo prometido; ya que si
no hubo fallos ni omisiones en los pellizcos y descuentos forzosos inferidos a
propósito a su sueldo, no debe encontrar fallos ni omisiones en lo que luego le
corresponde.
Por cierto, es una canallesca y colosal falacia que la
sanidad pública esa sea universal, menuda palabra, y que baste con ser español
por los cuatro costados para tener derecho a su cobertura. En ésa y muchas
otras cosas, los que así dicen “mienten de puntillas, para sobrepasar a los
demás”, brillante ironía que creo leí al maestro, Señor de la Torre de Juan
Abad.
Y si el sistema que señalo es ejemplar, el mejor del
mundo, o de Europa, apañados estarán por ahí.
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