Es la burda estafa esa de prometerle a la gente el oro y
el moro, sabiendo de sobra que es mentira y que no se va a poder cumplir.
Lo hacía Perón, lo ha hecho el venezolano del “chándal”,
y otros ejemplos tan verbeneros como ruinosos; elenco de agitadores y demagogos
cuya lista resultaría larga.
De imaginativo diseño, existe aquí la variante
esperpéntica del separatismo, que añade a la receta algunos ingredientes de
anacrónico e intoxicador delirio.
Cuando el personal anda cabreado porque los problemas van
a peor, suele salir un malabarista o un prestidigitador para hacernos creer en
lo que no hay. Si la propaganda se extiende y consigue cierta duración, luego
tenemos la mar de gente encandilada en la calle, exigiendo que lo que era sólo
un timo se transforme en una realidad; reclamando los regalos y los derechos
tan estentóreamente anunciados.
Dos millones, o quizá más, de vecinos andan diciendo en
Cataluña que quieren votar.
Los cuarenta y bastantes millones restantes también
queremos, vaya por Dios, votar, que eso nos hace ilusión a todos y a todas.
Habrá que organizarlo bien para que nadie se quede fuera;
si no, va a ser un indecente filtro de nazis. O de comunistas. O de pirados.
Mola el populismo… ¿que no?
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