En vista de que, con insistencia pero sin convicción,
sigo llevando a cabo regularmente esa especie de diaria marcha relativa a pie y
sin pretensiones, y en previsión de que el infarto u otra incidencia
inconveniente me sobrevenga de improviso en tan absurda ocupación, y pueda
pedir auxilio al 112 o cosa similar, me ha recomendado Lady Taladro lo pertinente
de portar el “móvil”. Como es especialista en bricolaje y como “Jezú” también
brilla por la idoneidad de sus accesorios como montañero de pro y frecuente
entusiasta de la acampada, el caso es que, facilitado por ella, dispongo de un
“cómolodiría”, que hace de funda o minimochila ad hoc y que, ensartado con esmero
y dedicación en un cinturón incongruente, “de vestir”, será el artilugio
depositario, a efectos de su transporte, del tal teléfono, trasunto
contemporáneo de aquel “ladrillo” histórico que tantas pullas nada compasivas
recibiera por parte de mis conocidos.
Y ahora, así pertrechado, más ecológico y en sazón, entre
Indiana y Cocodrilo, quiero recomendar a los ágiles y esforzados munícipes que
seguramente rigen con apatía y distanciado “spleen” el negociado de la limpieza
pública que, así como los propietarios de perros están sujetos a ordenanza y
deben recoger las deposiciones de sus mascotas, se haga extensible compromiso
análogo para los caballistas, que van dejando con singular ufanía el rastro
espectacular (muy superior en formato, coloración, cantidades y consistencia)
de sus altas cabalgaduras, muy especialmente sobre ese célebre “carril bici”
del que ya se ha escrito aquí. Identificables y magnas muestras permanecen
varios días sin ser retiradas, con su inquietante apariencia de obstáculos
druidas, de misteriosos signos por descifrar.
Es evidente cierta dificultad que el asunto entrañaría
para los jinetes. Pero obsérvese que los dueños de los canes podrán con harta
razón sentirse discriminados y llegarán, tiempo y ánimo por medio, a la vistosa
pancarta callejera, a la consigna finamente ripiosa, politizada y ocurrente que
se corea con arte, al inexplicable e inevitable grupo que, a fuerza de tambores
tribales de inextinguible compás, casi nos dejan la añoranza del lejano Brasil
o de la selva que Vuesas Mercedes prefieran.
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