martes, 28 de octubre de 2014

Discriminación escatológica



En vista de que, con insistencia pero sin convicción, sigo llevando a cabo regularmente esa especie de diaria marcha relativa a pie y sin pretensiones, y en previsión de que el infarto u otra incidencia inconveniente me sobrevenga de improviso en tan absurda ocupación, y pueda pedir auxilio al 112 o cosa similar, me ha recomendado Lady Taladro lo pertinente de portar el “móvil”. Como es especialista en bricolaje y como “Jezú” también brilla por la idoneidad de sus accesorios como montañero de pro y frecuente entusiasta de la acampada, el caso es que, facilitado por ella, dispongo de un “cómolodiría”, que hace de funda o minimochila ad hoc y que, ensartado con esmero  y dedicación en un cinturón incongruente, “de vestir”, será el artilugio depositario, a efectos de su transporte, del tal teléfono, trasunto contemporáneo de aquel “ladrillo” histórico que tantas pullas nada compasivas recibiera por parte de mis conocidos.
Y ahora, así pertrechado, más ecológico y en sazón, entre Indiana y Cocodrilo, quiero recomendar a los ágiles y esforzados munícipes que seguramente rigen con apatía y distanciado “spleen” el negociado de la limpieza pública que, así como los propietarios de perros están sujetos a ordenanza y deben recoger las deposiciones de sus mascotas, se haga extensible compromiso análogo para los caballistas, que van dejando con singular ufanía el rastro espectacular (muy superior en formato, coloración, cantidades y consistencia) de sus altas cabalgaduras, muy especialmente sobre ese célebre “carril bici” del que ya se ha escrito aquí. Identificables y magnas muestras permanecen varios días sin ser retiradas, con su inquietante apariencia de obstáculos druidas, de misteriosos signos por descifrar.
Es evidente cierta dificultad que el asunto entrañaría para los jinetes. Pero obsérvese que los dueños de los canes podrán con harta razón sentirse discriminados y llegarán, tiempo y ánimo por medio, a la vistosa pancarta callejera, a la consigna finamente ripiosa, politizada y ocurrente que se corea con arte, al inexplicable e inevitable grupo que, a fuerza de tambores tribales de inextinguible compás, casi nos dejan la añoranza del lejano Brasil o de la selva que Vuesas Mercedes prefieran.  

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