A esa distancia corta, de pocos metros,
surge la hermosa vista.
Como con luz propia
y venciendo la partida contra el tiempo.
Así, al subir, contempla
el cuerpo torneado, los volúmenes,
entre Tiziano y Botticelli,
la melena rizada de color cobre
(como de dama irlandesa)
que resplandece hasta la mitad de la espalda.
La piel blanca
de la mujer esbelta,
madura y joven,
con la que comparte las risas,
los manjares de la mesa,
las preocupaciones, los enfados recíprocos,
los sueños y las fantasías.
Y la cama grande que a veces
suena como un barco
de feliz y gloriosa madera.
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