En el
mar, claro, puede que sea otra cosa pero aquí, en la tierra, al hombre que,
verdaderamente, quiere a sus mujeres, tres cosas fundamentales le importan: que
no pasen frío, que no choquen con los muebles, que no se depriman.
Sus
mujeres son, a lo largo del tiempo, de la vida, amantes o esposas, hijas o
novias… Si de verdad está el sentimiento, el aserto antedicho permanece.
No me
importan los zafios, los rudos y los imbéciles que acaso discrepen o no
comprendan siquiera estos enunciados que sostengo.
El
Destino, que puede ser tan caprichoso como generoso, como injustamente
arbitrario, me concedió el instinto, la carambola de saber, casi de sopetón y más
bien temprano, algunas de las cosas que digo. Ni siquiera el mérito es mío.
Sólo puedo decir que he tenido suerte en el reparto, incluso si fuera doméstico
y relativo, de cierta dosis de lucidez.
El Hipocampo flota elegante y describe apenas un suave
cabeceo; se diría que asiente.
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