Atrevimiento
inaudito fuera por mi parte pretender la equiparación de mis experimentales
avatares con las hazañas admirables de Blas de Lezo, pongamos por caso.
Porque mi indecisión ya me impele a descartar varias veces el propósito, retrocediendo a cautelosas y pusilánimes trincheras en un aplazamiento que los días prolongan.
Y
luego, sobreviene un instante de crispación, una epifanía que dispara los
resortes de mi relativo arrojo, aunque de relieve nunca sea muy allá, de todas
formas.
Ahí
blindo mi ánimo, de valor hago acopio y enfrento a pecho descubierto el
incierto Destino y sus escarmentadoras lecciones.
Con
arritmias cardiacas de preaviso, reproduzco el método, que las modas de hoy
prefieren “protocolo”: os eximiré de los detalles, de los sobresaltos que
esmaltan el desarrollo de ese acontecimiento al que me acerco (Dante en
cualquier círculo infernal) y que con fatalidad inexorable reproduce mi
personal formato de tortilla de patatas.
Si
Ud. la viera, “con crítica parcial, con
ánimo sutil”, se sentiría de inmediato solicitado por la evocación de esa
imagen fantástica que de los platillos volantes obra ya en nuestras
familiarizadas mentes.
Cuando,
superado el momento de la verdad en que me expongo a darle la vuelta implacable
y la deslizo de nuevo, y por la segunda cara, en la sartén… contemplada de
cerca, la última frontera de mi sorpresa queda en suspenso, un momento antes de
catar el místico redondel y descubrir (con regocijo o con desazón) el azaroso
punto de cuajado que me depara esta singular aventura.
Como
epílogo, establezco una pausa considerable que reagrupe, que recomponga, en lo
que cabe, las extenuadas neuronas supervivientes.
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