Afirmar
que también son escasos mis conocimientos relativos a la “fontanería aplicada
para jardines” es una misericordiosa mezcla de metáfora, circunloquio y
eufemismo poco realista.
Esta
y otras mañanas, para suplir la lluvia que no llega, reanudo el riego más o
menos periódico del gramón y los arriates. A tal efecto, dispongo de una
manguera algo menos veterana que los años de mi vivir aquí que, tiempo atrás,
ya incorporó dos reparaciones sobre sendas fugas.
Era
yo a la sazón feligrés decidido de Baco y ello me aventuraba a la valentía de
soluciones casi profesionales que consistieron en piezas de empalme a rosca que
la ferretería, hoy extinta, de la zona me proporcionaba previo pago. No
descarto que aquí ya se haya comentado un episodio en esa línea.
Y
cuando ahora, que la mayor edad y la condición neoabstemia arrinconan mis atrevimientos,
he optado por frenar dos recientes puntos en los que el agua indebidamente
brotaba, disponiendo, a guisa de vendas, de secciones de cinta hasta cierto
punto adhesiva, compruebo la presentida ineficacia del recurso.
-Te está quedando largo el párrafo.
-Lo sé; ¿qué te crees, que no me doy
cuenta?
Con
alarde imaginativo concluyo permitiendo que las todavía pequeñas fuentecillas o
surtidores resultantes permanezcan haciendo las veces de aspersores
automáticos, espontáneos, complementarios.
En
la “urba” se rumorea que soy el as del bricolaje, aunque creo percibir un
deslizante matiz de ironía, que no alcanza a velar una inapelable
desautorización de mi arte.
Desde luego que Vuesa Merced es atrevida. ¿Aún insiste en ejecutar esos plebeyos trabajos que se realizan con las manos? Pues nada, a seguir con la manía hasta que, como a Pionono, los vecinos os prohíban hacer NADA tras conseguir un corte general de agua cuando intentó cambiar un tirador de cisterna
ResponderEliminar¡Vaya dos patas pa un banco! Jajaja �� ��
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