Si
en sólo tres décadas de ya vivir aquí puedo notar los cambios de estos playa,
caminos, lugares…
Cómo
resistirse a soñar, como Fernando cuenta, lo que fue tres, cuatro mil años
atrás, toda esta costa que la mar empuja y modifica y que hasta aquí, hasta
este islote con faro de Sancti Petri (que seguramente tapa el viejo templo de
Melkart) permitía venir, incluso a pie, algo lejos que quedara pero vale, desde
la misma Cádiz, de lo que entonces fuera la Caleta.
Los
barcos atracando, trayendo a los muelles
y luego al mercado exóticas mercancías de los sitios remotos; los rostros, las
querencias, los decires de la gente de entonces que nos precedió y de la que
venimos, con esa fascinación mágica del adn reelaborándose, combinándose de
sedimentos en el Tiempo, la obra de rapsodas, músicos, constructores de
aquellos palacios que ya conocían este levante, este viento como un toallón grande que nos seca para que
no estemos de verdín hasta el culo como los mejillones…
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