A
los predios de nuestra redacción, otras veces acuario, llegan señales que, por
su procedencia algo dispar, nos causan regocijado asombro.
Cuando
pensábamos que los aficionados a la sonoridad y propiedad de los términos eran
una especie en extinción, dos muestras acaso deslumbrantes, nos hacen
desconfiar de tal aserto.
La
primera de ellas, la firma un espectador del programa de televisión “Jugones”, que se ve que en un
esporádico desvío, aunque no tanto, de su condición forofa a ultranza, hace
constar su sospecha de que el entrecomillado “hipocampista” resonar pretenda
con populismo indecoroso a “centrocampista”, que es de muy tradicional uso en
la literatura del “football”.
La
segunda también nos achaca una intención comodona y facilona al emplear “hipocamperas”,
que presuntamente querría arrimarse a la prestigiosa actividad que en Valverde
del Camino nos ofrece el paradigma prodigioso de la bota de montar, arquetipo
cuya fama por todo el orbe se extiende.
Provenientes
de tan lejanos y singulares ámbitos de la interpretación y la casuística, estos
dos comunicantes evidencian con sus comentarios una inesperada aunque recelosa
atención y una delicadeza que debieran resarcirnos, siquiera sea de modo
transitorio, de la dolosa losa a solas de soledad que posa sobre nuestros
desiguales quehaceres el vicio de andar escribiendo lo que nos importa y lo que no, fíjate lo que te
digo.
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