No
discuto su mejorada eficacia; ni su poderío tecnológico, de clara ventaja en
comparación con sus antecesoras. También podría llegar a admitir la puesta al
día de su diseño.
Y
no quiero omitir, por otra parte (que sería un descargo inmerecido), la
consideración neutral y evidente de su mayor peso y proporciones.
Descrita
así, someramente, su realidad, un extrañamiento que no hemos superado, y que me
produce un solapado sentimiento de fría distancia, dificulta lo que sería una
cooperación plena, deseable.
Lo
que reconozco que me induce a espaciar nuestros encuentros, a desentenderme un
poco de ella es sobre todo el laberinto sinuoso, que las facultades de mi
comprensión repelen, con el cual hay que sustituir la bolsa interior que
almacena el polvo, las insidiosas pelusas, etc. Lo he examinado con cautela y,
quién lo diría, no tengo palabras.
En
todo caso, después de estos dos años, me niego a calificar con el manoseado
tópico del “amor/odio” la conflictiva
tensión que, en el agitado seno de esta convivencia con altibajos, establecemos
a dúo mi aspiradora y yo.
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