Ya es día claro, ahora que es febrero
y encuentran sobre las ocho y media
puntualmente servido el desayuno.
No como a la tarde, que describen
-contra la puesta de sol-
en asombrosas, acompasadas evoluciones,
el ballet que dirige un guía
al que sólo ellos perfilan como tal
y al que secundan.
Son menos numerosos ahora que llegan
y sin necesitar orden ni concierto
descienden y se entrecruzan,
cada uno picoteando lo que puede
del pan de molde que para ellos troceo
a tabla y a cuchillo.
Los contemplo sentado, que es frase que
resuena;
y aunque admito
lo indistinguible de su serie,
uno hay que ha perdido una pata
(quién sabe si en un lance de amor
apasionado
a cuyo premio accedió, vencedor de una
contienda entre rivales)
y que aterriza con un propio estilo
que imita sin conocerla
esa habilidad admirable del colibrí,
cuando permanece en el aire unos instantes
previos
al objetivo.
(Lo
mismo que esos helicópteros más modernos
que
los ingenieros perfeccionan para la guerra.)
-Vaya.
-Eso.
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