En
aquellos años, que ahora vamos creyendo irrepetibles por la belleza y
abundancia que mantenía a la música joven en estado de gracia, todavía fue
grande el impacto que nos causó la blanca palidez de Procol Harum.
El
texto de la canción ofrecía un misterio de palabras bien escritas, sugerentes
de interpretación de varia lectura; la voz (recientemente silenciada) del
cantante era cabal en timbre, en matices de sobriedad deliberada, como hecha de
encargo para aquella línea melódica que nos entraba como una carga de
profundidad, como una semilla de nostalgias de efecto inmediato y, luego se vería,
ineludible en el tiempo. Y envolviéndolo todo, aquel sabio acierto de beber en
las fuentes sagradas de Bach, que hizo del memorable acompañamiento de órgano
una hermosa vestidura inesperada y admirable, concediendo a la canción el
mágico poder que sella su vigencia.
-Y entonces, lo de ahora…
-Un timo de niñatos.
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