Anclado, instalado en un punto del ángulo que forman una
pared y el techo del porche de atrás.
Absorto en un tiempo que se mide aparte y que, al
parecer, “deja pasar para nadie”.
Inmóvil. Incomprensible, al menos para nuestro
entendimiento y nuestra voluntad.
Un instante de cada día, compruebo su obstinada guardia
de suizo pontificio, su coraza impertérrita de diseño.
¿Pensará algo, tramará una insondable conspiración
parsimoniosa? ¿Será acaso discreta y elusiva encarnación de un ignoto trasgo?
¿Mantendrá contactos misteriosos con Duasangu, tan de
otro modo colgado boca abajo, prolijo de patagios?
Si continuase ahí, a despecho de los vientos de levante,
de los tránsitos; si la pintura eternamente aplazada lo respetase, ¿llegaría a
ser, más que el caracol que sólo parece, un trilobite enquistado, fosilizado
para la eternidad de los estudiosos?
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