Consciente de que sus habilidades, dentro del turbulento
universo del “bricolaje”, apenas sobrepasaban la simple sustitución de una
bombilla fundida (y aun esto, con cautelosas reservas), se midió con temeridad
innecesaria, pero espoleado por un ilusionante proyecto ornamental, a la
manipulación de planchas de acero y/o aluminio.
El entusiasmo impaciente le vetó la espera de lo que
habría sido experta asesoría de Lady Taladro. Y, en un movimiento de descuido,
o mejor, de inexperiencia, se cortó, con inesperada sorpresa, dolor repentino y
afilado, y rápida hemorragia, un dedo.
No importa tanto qué sitio del dedo: vale con decir que
era en el pulgar de la mano derecha.
Tampoco quiso
interpretar tal vicisitud en clave política o religiosa. Bastante lío
tenían ya en Irak, Siria, etc.
Conque acudió a la urgencia elemental y doméstica de
dejar correr el agua del grifo sobre los labios inquietantes de la herida. Acto
seguido pensó: ¿a la clínica del Novo?, ¿puntos, quizá?
Y ¿cómo controlar el líquido escapado del circuito,
manchando acaso la ropa, la tapicería del roadster, si la toalla de emergencia
no fuera suficiente?
Sonó el teléfono móvil. Un “de puta madre, qué oportuno”,
pasó veloz por su mente. Una oferta de colaboración literaria que aplazó de
momento.
Por suerte, pocos minutos después, el percance pareció
ceder.
Ahora, en ese punto crítico de su piel, cubre el
vertiginoso escenario una elemental y párvula “tirita”. Qué alivio.
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