(se entiende que de toda) que promulgan con fervor los de
las asociaciones correspondientes es eso que, si se lleva con un cierto rigor y
una obligada, para ellos, coherencia implica por ejemplo abrir una ventana, o
correr/separar un visillo, para que salga, plena de elegancia, airosa,
triunfante e incólume, la puta mosca negra, repugnante y grande que se ha
colado en la cocina y nos “está dando” el aperitivo.
Implica contemplar arrobados cómo los millones de
hormigas del jardín elaboran sus desfiles (sus manifestaciones, “oyes”),
disponiendo con cruel e interminable minuciosidad la destrucción, mediante sus
simultáneas y ocultas galerías, de las casas que habitamos y que tantos
esfuerzos, dinero e ilusión nos han costado.
¿O dicen acaso, estos melifluos y desvanecidos ciudadanos
del floreo, que arbitrariamente hay que parar en el solomillo de vacuno o en el
chorizo del cerdo ibérico de Monesterio?
¿Es, de nuevo, el tamaño lo que importa?
¿Qué dicen estos pimpollos, tan al filo de la cursilería
retórica y las falsas “buenas intenciones”?
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