Las primeras manifestaciones de aquella decisión fueron
remotas, poco definidas. Pero el pensamiento, la querencia regresaban a él en
oleadas tranquilas aunque insistentes.
Se supo luego (porque ni los que pasaban por más íntimos
se interesaron nunca demasiado en sus aventuras y desventuras) que, contra todo
pronóstico, y después del rumbo que en general marcó su vida, había ingresado
en Santo Domingo de Silos; y el comentario coincidente de quienes lo habían
conocido o, al menos, tratado, estaba por completo preñado de estupor e
incomprensión.
Un día, a la puerta del monasterio se presentaron dos o
tres periodistas especializados que en algún inmerecido desdén lo tuvieron
cuando ejercía, y dignísimamente, aquella profesión que fue suya, ingrata y
seductora. Preguntaron por él y el prior volvió con la contestación contundente
aunque algo impropia del sagrado entorno:
“Que
se vayan ustedes a tomar por el culo”
El prior, de regreso al claustro, le reconvino el exceso
verbal, aun sabiendo lo caudaloso que aquel hermano fuera siempre con la
gramática y la literatura. Y éste contestó: “Confiéseme
Vuestra Reverencia, porque he pecado”.
Terminado el rito, ambos departieron, camino del
refectorio, sobre algunos textos apacibles que cierto autor latino dejó
escritos, grabados para la Historia.
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