Lady Taladro resuelve de repente que el cuadrado
euclidiano que forma el arriate del porche trasero no puede continuar por más
tiempo en su silvestre y espontáneo estado de anarquía.
Ahí, sálvese quien pueda, da comienzo una secuencia que
tiene algo de devastación controlada, y que trae consigo y como colofón 5 o 6
calurosos viajes para deshacerse de los detritus.
Hay un inmediato debate sobre la localización idónea: se
parlamenta sobre dos posibles puntos de descarga, originando ello enconada y
creciente controversia. Se argumentan (ésta es la forma pasiva refleja que sustituye
a la más exigente “son argumentados”), para defender las respectivas
sugerencias, factores como la comodidad, la rapidez, los aspectos incluso
ecológicos y legales de la decisión a tomar.
Como se acerca el mediodía, la facción que apenas
desayuna se orienta con determinación hacia el “aperitivo time”, traslación macarrónica y algo guasona. Y por más
que surge cierta oposición, al ser la tentación fortísima, hállase enseguida el
preceptivo consenso.
Como consecuencia de ésta y otras cesiones a la faceta
epicúrea de la vida, se ha observado un crecimiento inquietante en los dígitos
de la báscula que la Almendrita recomendó y que, el pasado verano, importamos a
la dotación desde Leroy Merlín.
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