está
escrito de antemano en las páginas de un libro que rebasa nuestro conocimiento;
o si, por el contrario, es un camino que hacemos con nuestros pasos, los que
damos a conciencia o los que con indecisión e inadvertidos nos hacen tambalear,
tropezar y seguir siempre, qué sabe nadie.
Anda
cumpliendo años Dylan, como si fuera un bourbon que el tiempo concentrara,
ahondado en carácter, estilo, sabor que él mismo adunó y en los cuales insiste
con determinación de alquimista hasta incorporar a sucesivas legiones y
generaciones de conversos, década a década.
Quienes
gustamos desde el principio, como de una resonancia interior que ahora es casi
familiar, la voz inusual -libérrima de fraseo-, la música incisiva y la
pirotecnia poética de las imágenes en sus textos, seguimos por ahí,
sujetándonos a esa referencia, sin su permiso, como a una balsa para náufragos
que por fortuna se mantiene a flote.
Igual
se cumplirá con este tío lo del escenario y las botas puestas: las “spanish boots of spanish leather” de
aquella historia dulce y melancólica acerca de los amores que se pierden cuando
ponemos la mar y otros anhelos por medio.
Enhorabuena,
maestro.
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