Qué
significativo que sean precisamente los tramposos, los embusteros los (sí, sí)
traidores, quienes con mayor denuedo y griterío y con suma e insolente destemplanza
te piden explicaciones: son los mismos que nunca las dan de sus mil y una
tropelías, que cualquiera puede recontar y comprobar en la más escueta de las
hemerotecas.
Son
los mismos que azuzan a los indecisos, a los manipulables, para que se unan al
coro.
Predicando
siempre sin dar trigo, se ve que son impermeables cínicos al refrán que reza
que “en boca cerrada no entran moscas”. Y puede que no sobre completar ese
refrán añadiendo que, de sus bocas cerradas, tampoco saldrían los sapos, las
culebras, el aliento envenenado de las malas intenciones.
El
Hipocampo, con la modestia de su tamaño, no aprueba a ciegas, antes desaprueba varios
de tus pasos. Pero pedir ejemplaridad es la extrema frescura de quienes tanto
se caracterizan por la hipocresía. Y no cuela, “oyes”.
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