La
afición de este redactor por los deportes en general puede con misericordia
calificarse de insignificante y escasamente comprensiva.
Así
que anoche (baldado además por una gustosa aunque imprudente visita en un
jardín de amigos sevillanos que precipitó mi alergia primaveral) me fui a
dormir sin saber un resultado en el que confiaba porque la tradición lo avala
sobradamente: el triunfo reiterado, por decimocuarta vez, que el Real Madrid ha
logrado con clásicos méritos en eso de la Champion.
La
alegría de sus seguidores es contagiosa; es explicable. La celebración va a ser
grande, como suele; expansiva, la consecuente euforia, un respiro con la que
está cayendo. Enhorabuena, pues, a los aficionados.
Y
paciencia para los defraudados “hinchas” perdedores, con sus típicos modales de
horda. Y también paciencia para los rencorosos rivales, cuyas preferencias
desnaturalizadas y xenófilas los vuelven a retratar, tan próximos en ocasiones
al casi delito de odio que tanto se nombra. Una lástima.
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