Suerte
que el tramo de esa vía, entre chalets, tiene la velocidad limitada; y que soy,
a estas alturas, conductor prudente y poco dado a correr.
Porque
se plantó de repente (desconcertada o curiosa en pos de alguna presa o resto
comestible) a poco más de un metro delante del morro del Peugeot, con unas alas
blancas extendidas de ángel, y mucho más grande de lo que nos parecen cuando
las vemos volar.
Poco
tuve que frenar y al punto volvió a elevarse, enmendando su temeraria maniobra
anterior.
Camino
del lavado automático, y después en nuestro bar habitual del viejo SanctiPetri
-calamares, bienmesabe, castillo de San Diego-, la anécdota inesperada era
todavía comentario y sorpresa como suceso inusual.
En
la cotidianeidad de nuestras burbujas humanas, tenemos escaso contacto con esas
gaviotas, frecuentes de ver por el aire de estas playas pero muy lejos de
prestarse a nuestras tendencias de domesticador antropomorfismo.
-Hipocampo, tengo una pregunta.
-Quede para mañana, si Dios quiere.
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