Con
ánimo temerario, con morbo que no tiene perdón e insensatez deleznable, me apresto
a enfrentar una vez más el catálogo de escombros de lo que fue en su día el
festival de Eurovisión.
Desde
el punto de vista musical, la decadencia y el deterioro del certamen no pasan
hoy la más porosa ITV. Y el papel de nuestros enviados anualmente va acumulando
dosis variables de bochorno y sospechosos síntomas de desequilibrio mental en
las mentes de quienes eligen a tales representantes, decidiendo su
participación en ese evento.
Cima
de ese fenómeno fue la estúpida y falsa “originalidad” de mandar a ChiquiliCUTRE
en 2008, cosa naturalmente acorde con la era calamitosa del presidente
Zapatero.
Este
año, acude al palenque Chanel, quien aúna a su nombre de perfume una cara
bonita y una generosa agitación de nalgas y muslos entre gimnasia rítmica y
trilladísima seudodanza “moderna”. Que en estos menesteres se le puedan señalar
numerosas precursoras (el ya histórico atrevimiento de Joséphine Baker, las
ordinarieces rústicas de Madonna, la superioridad exponencial de Megan Thee
Stallion y tantos otros ejemplos de clonaciones con diversa categoría) no hace
sino subrayar la rutina elemental y la levedad de su propuesta.
De
eso que osan llamar canción, con lo que concurre, es fatalmente imposible
extraer algo de provecho.
Así
que directa al podio, ¡adelante, Chanel!
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