La
firme resistencia, lo que debe
al
decoro que te hace presentable,
es
mantener un mínimo relieve
de
cohesión interna y manejable.
Ceder
la guardia apenas solamente
cuando
la tempestad lo arrase todo;
con
naturalidad, ser consecuentes
cuando
no hay más remedio y ya, ni modo.
Como
último recurso,
echar
mano retórica al discurso
de
que no hay mal que por un bien no venga;
que
ante un refrán de peso, nada cabe
que
pueda interponerse a tal arenga.
No
rendirse del todo al innegable
deterioro
que avisa la evidencia,
conservando
lo que de navegable
mantenga
el rumbo de nuestra conciencia.
“Repintar
los blasones” sin pasarse,
ojo
avizor, al borde del abismo,
de
un tropezón que siempre ha de evitarse
para
perseverar en uno mismo.
-Predicador estás. Yo es que alucino.
-Eso te ocurre al no saber andar
con estilo taurino.
Atente al junco, arrímate al pincel
que
traza su sendero al peregrino.
(De
resignado temple y filigrana,
estas
líneas de hoy por la mañana.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario