Se da por bueno, en general, que nuestro sistema político es el menos pringoso de los posibles.
Consiste en que, después del atracón de propaganda, con ser mayor de edad, cualquiera puede emitir su voto en las elecciones; luego se cuenta (con suerte, sin trampas) el resultado y se le da el mando a uno de los equipos concursantes.
Cualquiera, incluye... Imagínense: terroristas, tertulianos, pederastas, catetos sin dos dedos de frente; consumados violadores, grandes estafadores financieros, drogadictos en diversos grados de desenfreno, "fans" de Justin Bieber, asesinos en serie y de los otros, energúmenos antitaurinos; diseñadores, cineastas con empanada mental, pintores y poetas preferiblemente abstractos, etc., etc. Junto con personas normales, incluso instruidas e inteligentes y de buena voluntad. Y TODOS INFLUYEN Y DECIDEN EN IGUAL PROPORCIÓN.
A partir de ahí, y dentro de la más estricta ley electoral, los equipos perdedores suman sus rastreras mezquindades, la sucia inquina de su inferioridad y, de un perverso empujón, hacen lo de Portugal y lo de tantos de nuestros excelentísimos ayuntamientos y libertarias "autonomías".
Muy imbécil debe ser ese descafeinado sofista que, tomando a los ciudadanos por imbéciles, les cuenta la trapacería intentando que los perdedores se vuelvan "ganadores" a fuerza de soldadura y caradura.
Y urge eliminar una ley electoral tan torpe o tan malintencionada; una ley impresentable que permite y aun estimula timos tan mayúsculos, canalladas tan hondas, escándalos tan vergonzosos e indecentes.
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