Cuando finalmente me acosté a dormir, 4 a.m., no me venía el sueño, después de la tensión de la espera y aunque con la última llamada sabía que ya habías llegado a destino y con bien.
Y era un sentimiento de dos caras:
Una, la del miedo que tuve de que cualquier incidencia malograse tu propósito, el cansancio mismo, la todavía poca experiencia.
Otra, un cierto orgullo de entender tu algo temeraria valentía, tu carácter apuntando tanta decisión e independencia, que ahora, en mi gradual retirada, dudo si yo habría sabido igualar, cuando tuve tu edad.
Ahí es nada: Marsella-Almuñécar, más o menos catorce horas de conducir.
Cada uno se conmueve con lo que sea.
Lo que te digo, rama joven de este serio tronco, es que ya pueden ir preguntándome a quién sale la niña.
Creo que tengo la respuesta.
Qué bonito ese orgullo de padre!...
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